El mejor basquetbolista jamás visto
Corría
el año 2003. Más exactamente, abril. Ese día, en Philadelphia, Estados Unidos,
jugaban los Washington Wizards contra los locales 76ers en un encuentro de la
temporada regular de la NBA. A priori, un partido más entre dos equipos poco
tradicionales. Para mí, en cambio, fue el día en que vi una de las imágenes más
impresionantes en los años que llevo viendo deporte.
A falta
de poco más de un minuto por jugar, y después de anotar dos tiros libres, un
veterano basquetbolista del equipo visitante
fue sustituido. De repente, como una masa incontenible, todo el público se levantó
a aplaudir a ese jugador que acababa de anotarle dos puntos a su equipo. La
ovación se prolongó por varios minutos. Michael Jordan estaba abandonando la
cancha en su último partido como profesional del baloncesto.
Solo los
grandes pueden lograr eso: que un estadio repleto de gente que viene a alentar
a tu rival se ponga de pie para aplaudirte. Solo las leyendas logran que un
blog de fútbol quite la mirada un instante del arco para hablar un poco de la
cesta.
Michael
Jordan es el mejor basquetbolista de la historia. Pero además es el mejor
basquetbolista entre aquellos que nunca vi jugar. Esa, sin duda, es una de las
mayores frustraciones dentro de mi carrera como aficionado al deporte.
Empecé
a seguir el baloncesto en 2000, a la escasa edad de nueve años. Apenas habían pasado
dos desde que Jordan se enfundara su último anillo en aquella épica final
contra el Jazz. Pero 720 días para alguien de tan corta edad era una eternidad,
con lo cual en aquella época solo tuve ojos para los Lakers: tricampeonato de
la mano de Shaquille O' Neal y Kobe Bryant: había poco de donde elegir. Desde
entonces hasta hoy me hice fanático de los Lakers e hincha número uno del
portador de la camiseta número ocho, el mismo que hoy en día lleva la 24.
Como
dije, 2003 fue el año de la revelación. No sólo marcó el fin de aquella era
triunfadora de Los Angeles, sino que me permitió descubrir la dimensión de
Michael Jordan, aquel de quien oía todas las historias posibles pero que nunca
pude ver jugar en su máximo esplendor. Evidentemente, pocas razones tendría
para sintonizar ese juego entre Philadelphia y Washington distintas a ver el adiós del
mejor de todos. Pero lo que pasó al final nunca, ni por accidente, lo habría
imaginado.
Ese aplauso
prolongado se me ha quedado grabado en la memoria, y ahora que Su Majestad
cumple 50 años no ha dejado de volverme a martillar la cabeza. Desde ese día
hasta hoy no he dejado de leer, ver y oír todo lo que he encontrado sobre
Jordan. Crónicas, reportajes, videos. Hasta me repetí por lo menos diez veces Space Jam. Todo con el ánimo de
dimensionar mejor el tamaño de esa figura legendaria. Porque esa noche de abril
de 2003 supe que estaba ante alguien distinto. Ese día, y no antes, entendí que
ese que llevaba el 23 en la espalda era el más grande basquetbolista que ha
visto el mundo, y difícilmente dejará de serlo.
Hablar
del juego de Jordan no me corresponde a mí; muchos lo harán mejor que yo o ya lo
habrán visto. Lo único que pretendo es traer a la memoria ese recuerdo de
infancia ahora que His Airness cumple
50 años. Porque aunque como aficionado siempre me he sentido un privilegiado de
vivir en la época de Lionel Messi, Roger Federer, Zinedine Zidane, Kobe Bryant,
Ronaldo Nazario –hasta hace poco metía en esa lista a Lance Armstrong-, no
puedo dejar de decir que no haber visto a Jordan en vivo constituye un vacío
frustrante. Gracias a la era de Youtube podemos calcular un poco de toda esa
magia, pero nunca nada podrá reemplazar el no haber apreciado lo mejor de ese
genio en directo: el mejor basquetbolista que vio el mundo, jamás
visto por mí.
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http://www.youtube.com/watch?v=g33GNJEUVdg&feature=related