Pekerman, el destructor de paradigmas
Si usted es uno de mis escasos lectores podrá pensar que esta columna es una copia de algún post anterior y que me estoy chiviando a mí mismo. Tranquilo, no se preocupe. Si todavía no se ha aburrido, siga leyendo, porque el fútbol es siempre igual pero siempre distinto.
El tema
que nos atañe nuevamente es la Selección Colombia. Aunque yo prefiero llamarla
el equipo de Pekerman. Porque aunque al fin y al cabo sólo haya una selección
Colombia, selecciones Colombia ha habido muchas. La de Pinto, la de Lara, la de
Bolillo, la de Leonel, la de Bilardo, la de Pacho. Y entonces, como a cada
equipo se lo puede identificar con su entrenador, yo a la selección Colombia actual disfruto llamándola el equipo de don José.
Aquí es
donde comienzo a volverme repetitivo, pero la culpa es del entrenador argentino
y no mía. Este post no está motivado ni por la victoria contra Paraguay, ni por
el segundo lugar en las eliminatorias. Me estoy tomando el trabajo de escribir
simplemente por una sustitución que hizo Pekerman durante el partido. Una
simple modificación. Pero es que ese cambio resume las razones por las cuales
Colombia ha dado un salto de calidad tan grande que en tres partidos pasó de
estar eliminada a ser seria candidata a clasificar al mundial.
El cambio
en el minuto 46 de ese partido en aquella calurosa tarde de Santiago nos avisaba que estábamos ante
alguien distinto. Salía Yepes, el jugador más veterano de la plantilla y junto
con Falcao el más representativo, y entraba Juan Guillermo Cuadrado. Es una
locura, pensamos muchos. Cómo va a sacar a un central para meter a un extremo,
dirían otros. Pero a la postre Colombia ganó ese partido y dio un golpe de
autoridad tremendo. Pero sobre todo, repito, descubrimos que estábamos ante un
técnico diferente a todos los que habíamos visto.
El de
Baranquilla fue la confirmación de lo pensado. Arrancaba el segundo tiempo de
un enredadísimo partido contra un Paraguay tan cerrado como mezquino, digno
merecedor del último lugar de la tabla por su fútbol ramplón y destructivo. Pero
mientras yo me quedaba sin uñas, a Pekerman no le temblaba el pulso: fuera Aldo
Leao –que aunque me valga el regaño de algunos, he de decir que para mí no
estaba jugando mal- y adentro nuevamente el talismán de pelo chistoso. Otra locura
de Pekerman: sólo quedaba Edwin Valencia para marcar todo el ancho de la
inmensa cancha del Roberto Meléndez. Insólito.
Insólito
no porque no haya pasado antes. Muchos equipos se la juegan por dejar un solo volante de marca. Bueno, no digamos
muchos. Sólo los equipos grandes cuando tienen un partido enredado contra un
equipo chico. Y aquí comienza el cambio de mentalidad al que me he querido
referir, que se resume en ese pequeño cambio de esquema que hizo Pekerman: Colombia
ahora es el equipo grande, el que mete al otro atrás, el que se mueve más por
el anhelo de ganar que por el temor a perder.
He ahí
el cambio de paradigma. He ahí la razón por la cual ese mito parroquiano de que
un técnico extranjero no sirve “porque no conoce el medio ni la mentalidad del
futbolista colombiano” ha quedado por fin desterrado. Menos mal que Pekerman no
conocía nuestra mentalidad. Quizá por eso llegó a inyectarnos una nueva y hemos
comenzado a caminar el sendero que nos aleja de la mediocridad. ¿Y en qué se resumía esa mediocridad? Simple: en el tratamiento que se le daba a Falcao. Bolillo
decía que no había que jugar para él porque el estilo de Colombia no era de
tirar centros (ay, Dios). Leonel decidió sabiamente dejar en la banca al tipo de
los 40 goles por temporada. Lara optó por poner de volante por izquierda al
mejor delantero colombiano de los últimos 20 años – y por qué no, de todos los
tiempos-. Ahora uno dirige al Medellín, otro al Itagüi y el otro a un equipo de
la segunda división. Juzguen ustedes.
Colofón: No sé a quién se le ocurrió la idea de que Colombia empiece a jugar
con medias blancas, pero a quien quiera que haya sido lo aplaudo de pie. La
Selección mejoró estéticamente hasta en el uniforme. Puede ser el primer paso
para comenzar a parecernos de verdad a Brasil.
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