Un oficio modesto

La siguiente pertenece a una serie de entrevistas ficticias que el autor realizó a esos personajes escondidos que, ocultos y silenciosos, hacen del fútbol una de las más atractivas metáforas de la vida. Al menos de una parte de ella.



Existen sueños que nunca nadie ha soñado. Ser lateral izquierdo es uno de ellos. 

Desde las más elementales categorías infantiles, hasta la cúspide más alta de la élite, nunca ningún entrenador consideró la posibilidad de armar su equipo a partir del lateral izquierdo. Es verdad, algunos apelarán al famoso adagio: “los equipos ganadores se construyen desde atrás”, pero esa es una frase genérica, eufemística, que no desmiente lo que quiero afirmar. Porque una cosa es lo que se dice, y otra lo que se hace en la realidad. 

Al menos eso pienso yo, que soy lateral izquierdo

La escena se repite múltiples veces cada día en todos los colegios masculinos del mundo: una barahúnda de muchachos inquietos esperando su momento para ser seleccionados antes del partido de la clase de educación física. Esos dos o tres minutos son definitivos para la construcción de la autoestima de cualquier joven: la diferencia entre ser elegido de primero, de segundo o de decimoctavo es la misma que existe entre ser delantero centro o ser lateral izquierdo. El primero es el alto, fuerte, que sabe controlar la pelota e ir bien de cabeza. El decimoctavo es gordo, lento, y un candidato óptimo para los apostadores que intentan adivinar quién marcará el primer autogol. Es una regla universal e incontestable: el lateral izquierdo siempre será uno de los muchachos elegidos entre el número dieciocho y el veintidós. 

Alguno podrá decir: ¿pero porque hablar del lateral izquierdo y no del derecho, del lateral en general? Porque la diferencia es abismal. El lateral derecho es derecho. Punto. Por algún motivo sociológico-neurológico, el entrenador de la escuela coloca siempre primero al lateral derecho, y luego cubre su banda izquierda con lo que sobra: el gordito al que le rebota el balón, que de arquero sería un peligro público y que encima de todo es el único zurdo del equipo. 

Esta realidad es un dato de hecho, uno que define muchas cosas: cuando eres adolescente, el papel que te corresponde en la pirámide social juvenil. Cuando eres profesional, las veces que serás elegido la figura del partido: ninguna. 

Quien lea esto pensará que estoy desahogando un trauma, pero nada más lejos de la realidad. De hecho, soy un agradecido con la vida: tener la valentía y el desprendimiento suficientes como para cubrir la banda izquierda es lo que me ha abierto la puerta al fútbol profesional. Algunos amigos me compadecen, porque dicen que el centro delantero de mi equipo se ha hinchado a meter goles de cabeza gracias a mis centros, y el ingrato ese nunca me dice nada cuando recibe alguno de sus múltiples reconocimientos. 

La verdad es que a mí me da igual. Soy lateral izquierdo, y una vez que aceptas esa realidad asumes que nunca, excepto cuando tu equipo recibe un gol porque te dejaste ganar la espalda, los comentaristas deportivos mencionarán tu nombre. De hecho, una vez me quedé fuera de la foto protocolaria que se toma antes del partido porque me distraje durante el calentamiento, y ninguno de mis compañeros se percató de mi ausencia. Es la escena de la escuela, replicada infinitas veces durante la vida: nadie piensa nunca en el lateral izquierdo

¿Saben ustedes qué le quita el sueño a un entrenador? Las ausencias obligadas de sus jugadores importantes. Si el arquero está lesionado, el drama es mayúsculo, porque el suplente suele generar más desconfianza que un conductor borracho. Si el mediocampista estrella está suspendido, tenemos que cambiar todo el esquema táctico para reemplazarlo. Si falta el delantero, habrá que poner a un bajito correlón para pelear con los defensas, pero no meteremos un gol ni en dos semanas. 

¿Y si falta el lateral izquierdo, también es igual de catastrófico? En absoluto. Para reemplazar al lateral izquierdo ya está la fórmula hecha: poner al lateral derecho titular en la izquierda y al lateral derecho suplente, en la derecha. Cero nervios. 

Después de presentar un panorama con tan poco caché, alguno se podrá preguntar todavía como es que yo decidí ser lateral izquierdo. La respuesta a esa pregunta, querido amigo, es muy fácil: yo no elegí esta posición. Fue el destino, el destino cruel e inevitable que me puso ahí. Un jugador disponible, una banda por cubrir. Mi decisión vital nunca fue sobre la posición en la cancha –y por lo tanto, en la vida- que quería ocupar. La única decisión posible fue ésta: o la banda izquierda o nada. 

La mía no es una historia triste, no es un drama, y por eso insisto en que estas palabras mías no son una lamentación. Ser lateral izquierdo es ocupar en el campo de fútbol la posición que ocupan la mayor parte de las personas en la sociedad: son individuos que cumplen una función específica en medio de un complejo tejido humano sin ninguna pretensión de destacar. Es verdad, alguna vez alguno hará una jugada espectacular en medio de una carrera galopante, pero será esa la excepción que confirme la regla. Porque el lateral izquierdo no es el que más goles marca, ni el que más balones recupera, ni el que más asistencias produce. 

El lateral izquierdo es lateral izquierdo. Punto. Si asume su rol, si cumple su función, ese hombre será feliz. Se los digo yo, que soy lateral izquierdo

Aunque no lo  haya soñado nunca.

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