¿Nacionalización? He ahí la cuestión
Defender
los colores del país, dicen los futbolistas, es el mayor privilegio al que se
puede aspirar. Todos se llenan la boca en las entrevistas diciendo que es una
emoción muy grande, que nada se compara con ponerse la camiseta nacional, y un
largo etcétera de frases románticas con las que seguramente todos coinciden.
Sin embargo,
en este mundo cada vez más globalizado, el fenómeno de los futbolistas
nacionalizados es más evidente que nunca. Pero como es costumbre, y una vez más, Colombia
es en este rubro un país totalmente atrasado. Con un discurso que pretende ser patriótico,
decimos que aquí no dejamos jugar en la Selección a futbolistas oriundos de
otros países porque supuestamente acá hay suficiente talento y no necesitamos “echar
mano” de gente de afuera para reforzar al combinado patrio. Decimos que alguien
que no sea de aquí no sentiría los colores igual, y otro montón de argumentos que
no tienen nada de racionales, demostrando una vez más que a nuestros directivos
eso de la razón les importa más bien poco.
Viendo a
Colombia en las últimas fechas de las eliminatorias he concluido que el esquema
de usar volantes laterales es absolutamente inútil sin una persona en el centro
del campo que se encargue de distribuir pelotas y generar juego asociado. De lo
contrario, pasa lo que se vio en Lima y en Quito: un montón de tipos corriendo
a su bola, incapaces de hacer cuatro pases seguidos; dos mediocampistas que
sólo pensaron en salvar la patria ellos y un centro delantero frustrado porque
tocó dos balones en 180 minutos. Lo que no entiendo es cómo personas que saben
tanto de fútbol –léase Pékerman- no se dan cuenta de eso tan evidente. El fútbol
por bandas exige un enganche que sirva de bisagra en el medio. Si no, todo será
inconexión. Lo demuestra el Real Madrid: el juego de Cristiano Ronaldo y de Di María se potencia enormemente cuando tienen a Ozil distribuyendo el juego hacia los extremos.
Identificado
el problema, pensé entonces en la solución. ¿Qué futbolista colombiano puede
cumplir esa función? En mi cabeza, dos respuestas inmediatas: Giovanni Moreno y
Macnelly Torres. Pero inmediatamente, del puro susto, descarté la idea. Ninguno
está en nivel de selección y son indolentes como ellos solos. ¿Qué hacer
entonces?, me volví a preguntar. De repente, pensé en un tercer nombre: Omar
Sebastián Pérez.
Es argentino.
Sí. Pero lleva casi una década jugando en Colombia y puede pedir nuestra
nacionalidad. Es mejor que muchos de los que están en la selección y
seguramente se pondría la tricolor con gusto. Juega en una posición en la que
no tenemos a nadie más, y aunque irregular –como todos los enganches- desde que
juega en Colombia siempre ha mantenido un nivel bastante notable.
A lo
que voy con esto es que llegó la hora de que acabemos con ese discurso barato
que afirma que en Colombia no usamos nacionalizados porque con lo de acá
podemos, porque es mentira. Tampoco podemos decir que los de acá sienten más la
camiseta, porque en Quito se evidenció que no es así. Además, estoy seguro de que
un futbolista que ha recibido tanto cariño en un país extranjero estará por lo
menos dispuesto a retribuir algo de eso con un poco de su fútbol.
Alemania
fue al Mundial con polacos y turcos en su nómina. España alzó la última Eurocopa
con un brasilero en sus filas. Italia ganó la Copa del Mundo de 2006 con el
argentino Camoranesi. México ha usado a Guillermo Franco y a Matías Vuoso. Paraguay
tiene a Lucas Barrios. Si lo hacen equipos mejores que el nuestro, ¿seguiremos
con esos argumentos que los hechos mismos han revaluado?
Con
esto no digo que nacionalizar extranjeros sea la fórmula mágica para solucionar
nuestros problemas. Lo que digo es que para alcanzar un fin grande hay que
poner todos los medios legítimos que estén a nuestro alcance, y la nacionalización
es uno de ellos. Basta ya de discursos románticos. Si queremos ir al Mundial,
tenemos que usar todas las herramientas que tenemos. Aunque algunas de ellas no
las hayamos fabricado nosotros.
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