Amor de lejos...

“¿De qué equipo eres hincha?” La respuesta a esta pregunta tan íntima, tan radicalmente unida al ser de la persona, y que a pesar de todo se responde automáticamente, sin pudor de ninguna clase, lastimosamente ha cambiado de respuesta. Ahora es muy común oír a un niño de diez años o a un adolescente de diecisiete decir, sin pensarlo dos veces: “Real Madrid”, “Barcelona”, “Manchester United”. “No, pero aquí en Colombia”, aclara el incauto preguntón. “Ah no, aquí de nadie. El fútbol de acá es una porquería”, finaliza el interrogado.

Ante semejante respuesta, no cabe más argumento que callar y resignarse. Porque esa contestación da cuenta de cómo algunos están matando el romanticismo del fútbol. La generación High Definition no nació en el estadio, nació al frente de la pantalla que con un clic te lleva a 25 partidos distintos. Y por eso desconoce por completo lo que es sufrir, llorar y morir cada semana por los colores que en la niñez se escogieron una vez y para siempre. Ese que dice “Soy del Barça”, y ni siquiera sabe quién era el técnico antes de Guardiola o por qué Belletti es importante para la historia blaugrana insulta con su petulancia barata al viejo que ahorró todo su salario para ir hace dos meses al Pascual Guerrero y llorar descarnadamente la llegada al infierno de su equipo del alma.

Es cierto que el fútbol es un fenómeno mundial. Por eso Messi es más famoso que Obama y hay más gente interesada en Mourinho que en Ban Ki Moon. Es cierto que no hay nada mejor que ver un partido europeo de alto nivel. Pero eso no me explica por qué alguien tiene que ir a buscar sus amores en países lejanos. Es como alguien que considera su mejor amigo a un filipino al que nunca ha visto en la vida. O como decir que determinado plato es el que más le gusta simplemente porque nunca podrá probarlo.

Con esto no quiero decir que no se pueda ser fanático de un equipo de tierras lejanas (yo también lo soy). Pero no entiendo por qué esa afición tiene que desplazar el cariño normal que todo hincha debería tener por el equipo de su tierra, que al final es lo único que realmente es de uno. Y este comportamiento puede llegar incluso a ser tan ridículo como el colombiano que hace unos meses celebró los goles de Argentina en Barranquilla.

En fin, si usted es de los que para responder a la pregunta “¿de qué equipo eres hincha?” tiene que irse hasta otro continente, déjeme decirle con todo respeto que no ha entendido todavía lo que es el fútbol. Porque darse cuenta de que lo de los demás es mejor está permitido, pero despreciar lo propio porque sí no es más que otra demostración del síndrome de Bochica aplicado al deporte que incluso en los países tercermundistas es el más hermoso del mundo.

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