El tan anhelado regreso del FPC



El verano futbolístico nos ha dejado muchas imágenes para el recuerdo. Todavía me ronda por la cabeza la jugada en la que Arévalo Ríos recupera el balón en tres cuartos de cancha, abre al balón a la izquierda, y aparece el 10 uruguayo –un tal Diego Forlán- para dar un golpe sutil con la pierna izquierda y mandar al fondo de la red un balón que cualquier otro habría enviado a la tribuna. Gol de crack por donde se le mire. También recuerdo las gambetas de Neymar en la Copa Libertadores, los dos golazos imposibles para cualquier otro ser humano de Lio Messi en la supercopa Española y las rápidas paredes brasileñas que derivaron en su título mundial juvenil. Todas estas remembranzas son sólo algunas de las cosas que nos ha dejado este último mes y medio del más intenso fútbol de alto nivel. Pero después de este tiempo de sobredosis futbolera, me quedaba como una sensación extraña, que sólo pude descifrar tras un largo período de reflexión. ¿Qué me pasaba? La respuesta, furtiva al principio, de a poco se fue aclarando: extraño el fútbol profesional colombiano.

¿Pero qué pasa? ¿Por qué después de ver tanto buen fútbol el cuerpo y la mente me piden el FPC? ¿Acaso no es suficiente con Messi, Forlán, Henrique, Musa, Lucho Suárez y Danilo? ¿Qué hay detrás de ese sentimiento? Y pienso que no hay otra razón que darse cuenta que eso tan bueno no es de uno. Que esas alegrías son totalmente ajenas, propiedad de otros. Es como ver lo buena que está la fiesta, alegrarse por ello, y sólo después de un tiempo advertir que uno está afuera.

Viendo la copa América y el Mundial sub 20, comencé a sentir nostalgia. Cada vez que veía los actos de protocolo, extrañaba a nuestros jugadores, que en vez de cantar los himnos muestran sus hermosos frenillos mientras lanzan besos a las cámaras. Una vez vi un cambio de frente de casi toda la cancha de un jugador portugués, y casi se me rompe el corazón cuando advertí que el receptor amortiguó el balón de manera perfecta, porque me acordé de nuestros jugadores cuando dejan saltar la esférica, les pasa encima, corren por ella, y luego insultan al juez de línea porque dictamina que salió. Y cómo no evocar aquellas bellas palabras “si no clasificamos al Mundial, me voy”, dichas por Luis Bedoya antes de acabar las anteriores eliminatorias, viéndolo muy sonriente estrechando las manos de los brasileros pentacampeones del mundo, casi dos años después de cumplirse la fecha en que debía haber cumplido su promesa.

En fin, el fútbol colombiano es único, concluí después. No tenemos nada que envidiarle a nadie. Sólo aquí tenemos a Gerardo Bedoya, a Mayer Candelo, a Hilario Cuenú. Sólo nuestra selección puede jactarse de seguir teniendo a Bolillo como técnico, en gran parte gracias a los candidatos a Nobel de Paz Liliana Rendón y Álvaro González Alzate. Sólo aquí metemos ataúdes a los estadios y humanizamos lechuzas. Sólo aquí perder es ganar un poco.

Después de mes y medio, vuelve nuestro fútbol. Ese que cada ocho días nos hace vibrar, llorar y saltar, que saca lo mejor y lo peor de todos nosotros, pero que ante todo, es nuestro: un reflejo de lo que somos como personas y como sociedad.

Después de pensar esto último, le di gracias a Dios porque también comienzan las ligas europeas, y porque a la senadora Rendón no se la ha ocurrido todavía un proyecto de ley que convierta partidos como Equidad-Chicó en algo obligatorio.

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